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viernes, 12 de julio de 2013

El vuelo

Afortunada volaba solitaria en la noche hamburgueña. Se alejaba batiendo enérgica las alas hasta elevarse sobre las grúas del puerto, sobre los mástiles de los barcos, y enseguida regresaba planeando, girando una y otra vez en torno al campanario de la iglesia.

- ¡Vuelo! ¡Zorbas! ¡Puedo volar! - graznaba eufórica desde la vastedad del cielo gris.

El humano acarició el lomo del gato.

- Bueno gato, lo hemos conseguido - dijo suspirando
- Sí, al borde del vacío comprendió lo más importante - maulló Zorbas.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que comprendió? - preguntó el humano.
- Que sólo vuela el que se atreve a hacerlo - maulló Zorbas.
- Supongo que ahora te estorba mi compañía. Te espero abajo. - se despidió el humano.

Zorbas permaneció allí contemplándola, hasta que no supo si fueron las gotas de lluvia o las lágrimas las que empañaron sus ojos amarillos de gato grande, negro y gordo, de gato bueno, de gato noble, de gato de puerto.

L. Sepúlveda
Historia de una gaviota y del gato que la enseñó a volar 

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